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lunes, 5 de marzo de 2012

Anatomía de las librerías de viejo.


Anatomía de las librerías de viejo.

En todas las grandes ciudades del mundo se encuentra uno con estos estrechos mercados polvorientos que se llaman librerias de viejo o de lance. Su existencia se explica, en los paises donde más abundan, por una paradoja aparente: la escasez de lectores y el elevado precio de los libros. En un país que haya conquistado una sólida ilustración media y, como consecuencia, un abaratamiento de la producción editorial, las librerías de viejo tienen poca properidad. Así, y todo, no se les ve con malos ojos, como a una casa de empeño, por ejemplo.

A pesar de su aspecto nada halagador, pocas manifestaciones del comercio, por brillantes que sean, atraen como ellas las simpatías del hombre. ¿quién les negaría a esta covachuelas de la curiosidad y del espurgo un misterioso encanto que crea, hasta en los más viejos, ilusiones de niño? El obrero que entra en ellas buscando un precio más asequible al libro que le es necesario no lleva menos gozo que el bibliófilo empedernido que detiene su atención en cada volúmen, en cada rincón, en cada página, esperando encontrar el Eldorado bibliográfico.

Yo recuerdo las librerías de viejo de Madrid, detrás del Retiro, a veces delante del Botánico, y siempre en la calle de San Bernardo; las de París, a lo largo del Sena, o en los barrios de los estudiantes y los artistas; las de Barcelona, al final de las Ramblas, cerca del puerto.Todas ellas se parecen un poco a las de México. Se diría que este tipo de establecimientos tiene una fisonomía común para todos los lugares y países. Los mismos cuchitriles desvencijados y patinosos: las mismas ringleras de libros adustos, que nadie parece desear, pero que son los que atraen con más fuerza la mirada; los mismos visitantes contemplativos, melancólicos, silenciosos; el mismo cuchicheo, al regatear, entre el comprador y el dueño; casi los mismos títulos y las mismas portadas en ocasiones. Sin embargo, algo nos dice que, también en esta internacional del libro de segunda mano, existen diferencias.

Por ejemplo, aquí, en México, el buscador de emociones bibliográficas no encuentra grandes dificultades para hacerse de una buena presa. Y suele haberlas extraordinarias. En otras ciudades, un hallazgo de consideración tropìeza, generalmente, con estos dos obstáculos: el ánimo del librero, que parece adivinar en el presunto adquiriente el deseo que lo mueve, y el precio que, como consecuencia, le fija a la mercancía. No quiero yo insinuar con esto que las librerías mexicanas de viejo sean una especie de Jauja. Aquí hay, como en todas partes, quien sabe hilar delgado y entrar en los recovecos de la psicología humana con esa penetración aguda que da el interés. Lo que quiero decir es que las buenas adquisiciones se realizan con mayor frecuencia. Ignoro a que se deberá el fenómeno. ¿Menudean los libros raros y preciosos? ¿Les dan menor importancia aquí el librero de viejo? No lo sé. Pienso, como última y posible explicación, en la naturaleza misma de América, donde las cosas, por lo regular, se nos ofrecen con una virginidad – y una facilidad – que no son ciertamente las del viejo mundo. ¿Por qué no habría de entrar el fenómeno que apuntamos en el otro fenómeno general del continente?

Otra diferencia: la aparición de libros nuevos, recién salidos de las prensas, en los escaparates de las librerías de viejo. No es esta observación una fruslería. En otras grandes ciudades, pasa algún tiempo antes de que podamos comprar ciertas novedades editoriales en un mercado de compra y venta de libros. En México hay ocasiones en que se pueden adquirir al tiempo mismoen que aparecen en sus casas de origen. Más de una vez he podido yo comprobar, personalmente, este hecho. Y, conmigo, creo que también lo habrán comprobado algunos de los amigos que me leen. ¿Cuáles son los resortes de ese extraño mecanismo? ¿Establecen una inteligencia los libreros de viejo con los otros, en el momento de imprimir una obra, para que cuando ésta vea la luz tenga la mayor difusión? ¿Qué resultado tendría entonces, el negocio para el editor? ¿Son los libreros de viejo los que se adelantan y adquieren un número determinado de ejemplares de cada edición nueva? Entonces, ¿Cómo podrían darlos a un precio más bajo que en las librerías corrientes? ¿O habrá que pensar en algo peor, por ejemplo, en ciertas filtraciones secretas , que hacen derivar de la gran corriente editorial un pequeño brazo y arroyuelo hasta las librerías de lance? Pero eso sería cosa que ocurriría excepcionalmente, y no todos los días. Lo mejor es no tratar de explicarse el caso. Después de todo, nunca es desagradable poder comprar por unos pesos menos un libro que necesitamos.

Las librerías de viejo, de México, están en distintos lugares de la ciudad, pero su mayor número radica en la avenida Hidalgo. Allí, entre coronas fúnebres, consultorios médicos, agencias funerarias, hospitales e iglesias, se diría que levantan un monumento a la vida entre sus páginas rancias cargadas de conocimientos, de experiencias, de sugestiones o de deleites. Por allí encontraréis al bibliómano de saco raído o de elegante facha, explorando siempre entre los volúmenes, a la caza del tesoro soñado. También en México es frecuente hallar al Anatole Frnce o al Baroja indígenas, visitadores incansables, casi moradores de las librerías de vijeo. Por allí encontraréis al estudiante que necesitaba un texto barato, y al perseguidor de un libro determinado, que ya los eruditos logran localizar; al lector de obras románticas, que para darle más aire a su romanticismo busca las páginas amarillentas, con olor a edad pasada; al comprador de folletines históricos, no muy lejos, aunque si desdeñoso, del insaciable devorador de novelas policiacas; al maniático del coleccionismo, que jamás lee lo que compra, pero que lo coloca y ordena minuciosamente en su biblioteca, y al que entra y sale en cada librería con aire displiciente, sin que nunca adquiera nada, como si su sola intención fuera inventariar el tráfico que va presenciando.

Estos son, en rasgos generales, los marchantes, parroquianos y visitantes de las librerías de viejo. Entre ellos y el objeto ansiado está el librero, ese hombre reservado, desconcertante, que, cuando menos lo piensa uno, le sale un redomado erudito, un pozo de ciencia infusa. Que, cuando menos lo piensa uno, confiesa, con una irónica sonrisa, que el libro que más se vende, no es el novelístico ni el de versos, ni siquiera el de aventuras, como podríamos imaginar, sino ese libraco aterrador con mucha tinta y mucho papel, que nadie se entretiene en abrir, pero de que todo el mundo habla como de una maravilla sociológica, estadística o paidológica.

Juan Rejano

Texto extraído del Libro: La Esfinge Mestiza. Crónica menor de México. Colección Carabela. Editorial Leyenda, S.A. Portada e ilustraciones de Miguel Prieto. México, 1945

Juan Rejano, se dice por la red de redes, que fué uno de los primeros poetas de la generación del 27, además de que fué el primero que le dedicó un poema a la muerte del poeta español Miguel Hernández. Rejano llegó en el Barco Sinaia al puerto de Veracruz como muchos otros emigrantes, refugiados, exiliados de la llamada guerra civil de España. En México dirigió la sección cultural de el periódico El Nacional, donde promovió a una generación de jóvenes que serían una de las más brillantes de escritores y periodistas culturales en México, como: Xorge del Campo, Juan Cervera Sanchís, José Luis Colín, Alfredo Cardona Peña, Jesús Luis Benítez, Otto-Raúl González, Roberto López Moreno, Leticia Ocharán, René Avilés Fabila, etc.

Para mas info de Rejano que tras haber sido olvidado no solo en México sino también es España, comienza un rescate de su obra:

ramonfernandez.revistaperito.com/MiguelJuanRejano.htm

elpais.com/diario/1976/07/06/cultura/205452002_850215.html

www.reneavilesfabila.com.mx/universodeelbuho/81/81-encarte.pdf

www.fundacionjuanrejano.es