Donde estamos

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Callejoon Condesa, entre 5 de mayo y tacuba, Centro Histórico, México D.F.

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jueves, 13 de diciembre de 2012

1a. Intervención artística en el Pasaje de Libros

Poesía - Música - Pintura

Sábado 15-dic-12. 13:00 - 17:00hs
Invita: Revista Deriva
Callejón Paseo de la Condesa
Entre 5  de mayo y Tacuba

lunes, 10 de diciembre de 2012

Solidaridad Presos 1-D



Desde Libros Rodantes, expresamos nuestra solidaridad con los detenidos del 1-D-2012, especialmente con:
  • Claudia Ivette Trejo Jiménez, profesora de la Facultad de Economía de la UNAM.
  • Kevin Iván Galindo Calderón, estudiante del CCH Azcapotzalco.
Ambos acudieron a adquirir libros con compañerxs nuestros del Callejón Paseo de la Condesa.

  • Angel Bogdan ó Boydàn Florencio Ortega, joven con discapacidad.

Que de vez en cuando visita el pasaje de libros del Callejón de la Condesa y se detiene a platicar con los libreros o solo a observar la diversidad de publicaciones que existe en dicho pasaje.

Libertad para los aún 14 presos

miércoles, 10 de octubre de 2012

Ulysses James Joyce 6 Ausgabe 1956 (Sonderausgabe)


Contamos con la edición especial de 1956 (6a. edición en idioma alemán) de Ulysses de James Joyce, traducida por Georg Goyert y con una introducción de Carola Giedion Welcker, ambos amigos de Joyce y principales responsables de las primeras ediciones en alemán de Ulysses por Editorial Rhein-Verlag de Zürich, Suiza.

En el libro: The reception of James Joyce in Europe editado por Geert Lernout y Win Van Mierlo, en el artículo de Robert Weninger: "The Institutionalization of Joyce: James Joyce in (West) Germany, Austria and Switzerland, 1945 to the present" hace referencia a esta edición especial comentando lo siguiente:
"Entre los hechos notables entre 1945 y 1960la edición de un volumen especial de Ulysses en 1956 fue la que aumentó enormemente la circulación del libro y por primera vez lo hizo accesible a un público más amplio".
"Considerando que había vendido tan sólo 30.000 ejemplares entre 1927 y 1956 un promedio de 1.000 por año, en esta edición vendió un promedio 7.500 por año entre 1956 y 1967 por un total de 76.000".
Se menciona además en el artículo de R. Weninger que el éxito de esta edición se originó por el ataque de Arnold Schmidt contra la traducción de Goyert "la cual a su manera, pudo haber aumentado temporalmentelas ventas."

Se puede consultar este libro en GoogleBooks: The reception of James Joyce in Europe

lunes, 8 de octubre de 2012

Der Luftkrieg H. G. Wells 2. Auflage

Obra: La Guerra en el Aire de H. G. Wells, 2a edición de 1909 en idioma alemán, tipografía gótica. Tapa dura de color rojo oscuro un poco lastimada por el paso del tiempo, pero en buenas condiciones. Traducción del inglés al alemán de Gertrud J. Klett.
Para mas detalles contactarnos a nuestra cuenta de e-mail: librosrodantes@gmail.com

jueves, 30 de agosto de 2012

Pasaje de Libros: Callejón Paseo de la Condesa

La siguiente imágen la obtenemos de Panoramio
Autor: Steven Douglas Huddleston
Título Foto:Book Vendors on a sunken street

jueves, 26 de abril de 2012


Los Libros
Miras los libros. Sabes que todas sus palabras son engaños, mentiras aplicadas, aforismos manchados de inocencia.
Sin embargo, los miras:
coleccionados, quietos, ejército de paz, de amor y celos,
de mitos repetidos siglo a siglo,
de preguntas e hipótesis y fábulas,
cuencos de ciencias, lanzas
que atraviesan el miedo,
la soledad, la angustia
de mirar lentamente
la incertidumbre, sombras
para no decir nada.
Vida, cuando los abres
y la mirada pone pies y alma 
en el umbral del laberinto.

 fuente: Renacimiento, revista de literatura, no. 47-50, sevilla, 2005 p. 112.

miércoles, 4 de abril de 2012

Los libreros de viejo.

Compartimos un excelente texto donde la denuncia que hace el autor no dista mucho de lo que sucede en la actualidad.

El Folklore Literario de México de Rubén M. Campos (Talleres gráficos de la nación, 1929.)


Evocación grata para los que nos hemos quemado las pestañas sobre infolios, es la de los libreros que pasaron su vida vigilando sus pequeñas bibliotecas ambulantes, pues sus libros corrían de mano en mano, y frecuentemente volvían a caer en los puestos de libros viejos. No había en aquellos tiempos la prodigalidad de librerías que hoy, y famosa fue la Librería de Rosa Bouret, decana de las que hoy inundan la capital. Antaño era una noble profesión la de librero, pues exigía una dedicación absoluta a la tienda de libros, una vida consagrada a la lectura, ya que no tenía que atender sino a contadas personas, y el resto del tiempo englofábase en provechosas lecturas de libros raros y curiosos que le enteraban prolijamente de muchas cosas.

La zona de libros viejos circunscribíase a los alrededores de la Catedral y el Sagrario, donde subsistieron hasta hace poco que se determinó construir una fuente en el lugar en que se habían refugiado los últimos libreros.

La calle de las Escalerillas era característica por las tiendas de libreros y editores que había en ella. La más antigua era la Librería de Abadiano, que era un bazar de antiguallas y libros cuando yo iba en 1896 a oír cantar a Fidel sus interminables y sabrosas charlas pintorescas, evocación viva y rauda de su vida matusalénica. En aquellas pláticas aprendí a amar muchas cosas nuestras que ya no existen sino en la memoria de los viejos que poco a poco van desapareciendo de entre los vivos. Fidel llegaba conducido por un muchacho, a menudo por Luis González Obregón, saludaba al entrar sin ningún miramiento y sentábase cómodamente en un amplio sillón de brazos que Eufemio y Pancho Abadiano habían puesto ex profeso para que se sentara. Quitábase el sombrero de anchas alas planas que usaba, en cuyo fondo había un paliacate, y quedábase con una especie de solideo que lo guardaba del aire; y enfrascábase en su charla que siempre iba a dar a nuestra patria, a nuestra historia secular vivida por él. Tenía una memoria vívida y desfilaban tipos descritos y acontecimientos evocados en el lenguaje sabroso de que la prosa de sus Memorias de mis tiempos es fiel imagen. Sus pequeños ojos vivos tras de las antiparras paseábanse de uno a otro oyente, con júbilo manifiesto de ver el embelesamiento con que lo escuchábamos en torno suyo.

Cinco años antes, todavía la calle de las Escalerillas era el pequeño mundo editorial de México. El universal, precursor del de hoy, estaba instalado en ella, antes de pasar a la calle de la Palma, y muchas imprentas y librerías daban un aspecto típico a la famosa calle. Aún alcancé a ver la vida patriarcal de los libreros de viejo, los corrillos de los bibliófilos que pasaban horas enteras en su visita cotidiana a los libros, embaucando a los libreros atentos a su palabra como a un oráculo. Otros pasaban el tiempo jugando ajedrez, en un silencio profundo, rodeados de mirones interesados en el juego. Otro grupo de libreros de viejo existía desde antaño en el Volador, donde fueron a refugiarse los lanzados de las cadenas. No había entonces la pluralidad de industrias comerciales que han hecho del Volador y sus contornos una holgazanaería reforzada hoy con centenares de checos, polacos, sirios, judíos cosmopolitas que inundan plazas y calles, principalmente de esa zona, pregonando baratijas y desbancando a los buhoneros mexicanos.

Entonces el Volador era una plaza en la que se vendía toda suerte de verduras y frutas. Era prolongación de la Merced, en pie desde las trajineras de la región lacustre de horticultores y floreros, entraban en la ciudad por la calle de la Acequia y seguía su curso dejando flores y frutas en los portales que alcancé a ver justificando sus nombres de las Flores y de la Fruta. Los pobres libreros de viejo han vegetado siempre entre peregrinaciones y lanzamientos. Apenas se les admite en una zona, cuando se les expulsa inexorablemente con su tienda ambulante de zíngaros de la intelectualidad, mientras extrañas gentes se instalan definitivamente en las grandes avenidas y medran con librerías atiborradas de una literatura para la exportación, pornográfica y huera. “Jamás se han escrito tantos libros y tan malos como en esta época” – escribió recientemente Maeterlink – “por lo tanto, he decidido no escribir más libros”. Esa cruel venganza del gran escritor es una terrible protesta contra el muladar de la producción contemporánea, en que, excepción hecha de dos o tres grandes escritores, el resto que infesta naciones, especialmente hispanoamericanas, bien puede arder en un candil o en un auto de fe, por su nulidad y su perversión. Explotar y pervertir al criollo es el programa de las literaturas para la exportación. Ninguna finalidad noble hay en ellas. Estamos hartos de leer la vida de apaches, chulos y busconas.

La vida nacional, que destacó brillantemente en la literatura de mediados del siglo XIX, ha quedado reducida a artículos de periódico y canciones populares “arregladas” al gusto peladesco. No hay el libro fuerte, representativo de una época, como Los Hermanos de la Hoja escrito por el librero de viejo Luis G. Inclán, y que es el mejor reflejo de la vida nómada de antaño entre bandidos. Ni como Los Plateados de Tierra Caliente, de Pedro Rojas, pintoresco libro desconocido en que pasa toda la cinta cinematográfica de la que es un bello episodio, El Zarco, de Altamirano. Ni como Los Bandidos de Río Frío, de Manuel Payno, valiosa documentación de una época en que se mataba a pecho descubierto y a pleno sol, y no alevosamente y en plena ciudad al uso de hoy. Ni como El mendigo de San Angel y Los misterios de México, de Niceto de Zamacois, español que es uno de los mejores talentos que han estudiado nuestra vida popular, ni como las novelas del general Riva Palacio, que son, como Monja y casada, virgen y mártir, un semillero de episodios de fértil inventiva. Ni como los Cuentos color de historia, de Ramón Valle, que son páginas vivas de nuestra vida social. Ni como las novelas michoacanas de Eduardo Ruiz, que son reconstrucciones de una época turbulenta. Ni como La Calandria y Angelina, de Rafael Delgado, que siendo las últimas producidas en el siglo pasado, son las primeras por su bello estilo literario.

Todas esas obras que pintan nuestra vida han desaparecido del mercado de libros extranjeros que congestionan las librerías. Nadie se ocupa de ellas, a nadie le importa que sean desconocidas, ni es capaz de justipreciar su mérito.¿para qué, si el libro exportado, corriente, malo, disolvente, viene ya hecho de las imprentas extranjeras? Se le triplica el precio, se le impone, por que el criollo no merece otra cosa que el pan negro de la producción contemporánea, la literatura barata para los paises calientes, sicalíptica y procaz; y mientras desaparece el librero de viejo, único propagador de nuestras bellas obras nacionales, el librero flamante vende pornografías encubiertas bajo el disfraz de falso arte producido por falsos artistas. Y sobre las aceras donde vegetaron los honrados propagadores de nuestra literatura popular, vese hoy un tapiz de obscenidades de literatura de lupanar, vendida descaradamente en la nariz de agentes que efectúan razzias moralizadoras en los anaqueles de las librerías, y no ven el fango pornográfico de que están tapizados los asfaltos de la Plaza Mayor.

En el proemio para la edición de la Secretaria de Obras y Servicios, colección METROpolitana de 1974 menciona el Dr. Alfredo Ramos Espinoza (selección y notas):

Don Rubén M. Campos fue un admirador del ingenio popular que encontró vivo a pesar de la ignorancia y la pobreza de nuestros pobrecitos, maltrechos en sus cuerpos pero grandes en el espíritu. Sabía que “el bruñimiento poliédrico de la obsidiana popular es tan noble como la tarea del lapidario diamantista”, y a él se dedicó. Amante que fue de la cultura popular, de vivir, habría dado un abrazo a los que hoy llevan el alfabeto a todos y en todas partes. Por ello he querido que no faltara en esta selección la estampa del evangelista que es como símbolo de dolor para un pueblo en el que muchos si no saben leer, menos escribir. Por ello puso también el cuadro del librero de viejo en el que se esplende su deseo de libros que pinten nuestra vida para que su lectura no sea un mero pasatiempo, sino motivo de gozo por nuestras cosas bellas y de tristeza por las feas. Libros que nos gusten por escritos en nuestro lenguaje sencillo y por hablar de las cosas íntimas y queridas.



lunes, 5 de marzo de 2012

Anatomía de las librerías de viejo.


Anatomía de las librerías de viejo.

En todas las grandes ciudades del mundo se encuentra uno con estos estrechos mercados polvorientos que se llaman librerias de viejo o de lance. Su existencia se explica, en los paises donde más abundan, por una paradoja aparente: la escasez de lectores y el elevado precio de los libros. En un país que haya conquistado una sólida ilustración media y, como consecuencia, un abaratamiento de la producción editorial, las librerías de viejo tienen poca properidad. Así, y todo, no se les ve con malos ojos, como a una casa de empeño, por ejemplo.

A pesar de su aspecto nada halagador, pocas manifestaciones del comercio, por brillantes que sean, atraen como ellas las simpatías del hombre. ¿quién les negaría a esta covachuelas de la curiosidad y del espurgo un misterioso encanto que crea, hasta en los más viejos, ilusiones de niño? El obrero que entra en ellas buscando un precio más asequible al libro que le es necesario no lleva menos gozo que el bibliófilo empedernido que detiene su atención en cada volúmen, en cada rincón, en cada página, esperando encontrar el Eldorado bibliográfico.

Yo recuerdo las librerías de viejo de Madrid, detrás del Retiro, a veces delante del Botánico, y siempre en la calle de San Bernardo; las de París, a lo largo del Sena, o en los barrios de los estudiantes y los artistas; las de Barcelona, al final de las Ramblas, cerca del puerto.Todas ellas se parecen un poco a las de México. Se diría que este tipo de establecimientos tiene una fisonomía común para todos los lugares y países. Los mismos cuchitriles desvencijados y patinosos: las mismas ringleras de libros adustos, que nadie parece desear, pero que son los que atraen con más fuerza la mirada; los mismos visitantes contemplativos, melancólicos, silenciosos; el mismo cuchicheo, al regatear, entre el comprador y el dueño; casi los mismos títulos y las mismas portadas en ocasiones. Sin embargo, algo nos dice que, también en esta internacional del libro de segunda mano, existen diferencias.

Por ejemplo, aquí, en México, el buscador de emociones bibliográficas no encuentra grandes dificultades para hacerse de una buena presa. Y suele haberlas extraordinarias. En otras ciudades, un hallazgo de consideración tropìeza, generalmente, con estos dos obstáculos: el ánimo del librero, que parece adivinar en el presunto adquiriente el deseo que lo mueve, y el precio que, como consecuencia, le fija a la mercancía. No quiero yo insinuar con esto que las librerías mexicanas de viejo sean una especie de Jauja. Aquí hay, como en todas partes, quien sabe hilar delgado y entrar en los recovecos de la psicología humana con esa penetración aguda que da el interés. Lo que quiero decir es que las buenas adquisiciones se realizan con mayor frecuencia. Ignoro a que se deberá el fenómeno. ¿Menudean los libros raros y preciosos? ¿Les dan menor importancia aquí el librero de viejo? No lo sé. Pienso, como última y posible explicación, en la naturaleza misma de América, donde las cosas, por lo regular, se nos ofrecen con una virginidad – y una facilidad – que no son ciertamente las del viejo mundo. ¿Por qué no habría de entrar el fenómeno que apuntamos en el otro fenómeno general del continente?

Otra diferencia: la aparición de libros nuevos, recién salidos de las prensas, en los escaparates de las librerías de viejo. No es esta observación una fruslería. En otras grandes ciudades, pasa algún tiempo antes de que podamos comprar ciertas novedades editoriales en un mercado de compra y venta de libros. En México hay ocasiones en que se pueden adquirir al tiempo mismoen que aparecen en sus casas de origen. Más de una vez he podido yo comprobar, personalmente, este hecho. Y, conmigo, creo que también lo habrán comprobado algunos de los amigos que me leen. ¿Cuáles son los resortes de ese extraño mecanismo? ¿Establecen una inteligencia los libreros de viejo con los otros, en el momento de imprimir una obra, para que cuando ésta vea la luz tenga la mayor difusión? ¿Qué resultado tendría entonces, el negocio para el editor? ¿Son los libreros de viejo los que se adelantan y adquieren un número determinado de ejemplares de cada edición nueva? Entonces, ¿Cómo podrían darlos a un precio más bajo que en las librerías corrientes? ¿O habrá que pensar en algo peor, por ejemplo, en ciertas filtraciones secretas , que hacen derivar de la gran corriente editorial un pequeño brazo y arroyuelo hasta las librerías de lance? Pero eso sería cosa que ocurriría excepcionalmente, y no todos los días. Lo mejor es no tratar de explicarse el caso. Después de todo, nunca es desagradable poder comprar por unos pesos menos un libro que necesitamos.

Las librerías de viejo, de México, están en distintos lugares de la ciudad, pero su mayor número radica en la avenida Hidalgo. Allí, entre coronas fúnebres, consultorios médicos, agencias funerarias, hospitales e iglesias, se diría que levantan un monumento a la vida entre sus páginas rancias cargadas de conocimientos, de experiencias, de sugestiones o de deleites. Por allí encontraréis al bibliómano de saco raído o de elegante facha, explorando siempre entre los volúmenes, a la caza del tesoro soñado. También en México es frecuente hallar al Anatole Frnce o al Baroja indígenas, visitadores incansables, casi moradores de las librerías de vijeo. Por allí encontraréis al estudiante que necesitaba un texto barato, y al perseguidor de un libro determinado, que ya los eruditos logran localizar; al lector de obras románticas, que para darle más aire a su romanticismo busca las páginas amarillentas, con olor a edad pasada; al comprador de folletines históricos, no muy lejos, aunque si desdeñoso, del insaciable devorador de novelas policiacas; al maniático del coleccionismo, que jamás lee lo que compra, pero que lo coloca y ordena minuciosamente en su biblioteca, y al que entra y sale en cada librería con aire displiciente, sin que nunca adquiera nada, como si su sola intención fuera inventariar el tráfico que va presenciando.

Estos son, en rasgos generales, los marchantes, parroquianos y visitantes de las librerías de viejo. Entre ellos y el objeto ansiado está el librero, ese hombre reservado, desconcertante, que, cuando menos lo piensa uno, le sale un redomado erudito, un pozo de ciencia infusa. Que, cuando menos lo piensa uno, confiesa, con una irónica sonrisa, que el libro que más se vende, no es el novelístico ni el de versos, ni siquiera el de aventuras, como podríamos imaginar, sino ese libraco aterrador con mucha tinta y mucho papel, que nadie se entretiene en abrir, pero de que todo el mundo habla como de una maravilla sociológica, estadística o paidológica.

Juan Rejano

Texto extraído del Libro: La Esfinge Mestiza. Crónica menor de México. Colección Carabela. Editorial Leyenda, S.A. Portada e ilustraciones de Miguel Prieto. México, 1945

Juan Rejano, se dice por la red de redes, que fué uno de los primeros poetas de la generación del 27, además de que fué el primero que le dedicó un poema a la muerte del poeta español Miguel Hernández. Rejano llegó en el Barco Sinaia al puerto de Veracruz como muchos otros emigrantes, refugiados, exiliados de la llamada guerra civil de España. En México dirigió la sección cultural de el periódico El Nacional, donde promovió a una generación de jóvenes que serían una de las más brillantes de escritores y periodistas culturales en México, como: Xorge del Campo, Juan Cervera Sanchís, José Luis Colín, Alfredo Cardona Peña, Jesús Luis Benítez, Otto-Raúl González, Roberto López Moreno, Leticia Ocharán, René Avilés Fabila, etc.

Para mas info de Rejano que tras haber sido olvidado no solo en México sino también es España, comienza un rescate de su obra:

ramonfernandez.revistaperito.com/MiguelJuanRejano.htm

elpais.com/diario/1976/07/06/cultura/205452002_850215.html

www.reneavilesfabila.com.mx/universodeelbuho/81/81-encarte.pdf

www.fundacionjuanrejano.es